World Wide Webolution: Introducción - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

viernes, 2 de diciembre de 2011

World Wide Webolution: Introducción

El largo camino hacia una sociedad del conocimiento



A lo largo de nuestra evolución, de forma muy paulatina, fuimos desarrollando diversas formas de comunicarnos, de entre las cuales la más sofisticada y efectiva fue el lenguaje hablado articulado. Con él nos volvimos capaces de transmitir unos a otros nuestras ideas y experiencias. Creamos una cultura oral, una parte increíblemente rica de nuestras civilizaciones. En algún momento, hace más de 40 mil años, hombres y mujeres sabios usaron tintes vegetales y minerales para plasmar imágenes en las paredes de las cavernas y así algo nuevo surgió: la posibilidad de transmitir un mensaje, aunque no muy preciso, hacia otras personas que vivirían mucho después de quienes lo emitieran. Quizá fue al mismo tiempo que los seres humanos adquirieron consciencia de que sus acciones podían trascender su propia vida.

Mucho, mucho tiempo después apareció la escritura jeroglífica de los egipcios, entre el 3,300 y el 3,200 a.C. Como su nombre lo indica, era una escritura sagrada, sólo descifrable para quienes estaban iniciados en sus misterios. Las necesidades del comercio y la administración política hicieron que fuera necesaria una forma menos arcana de llevar los registros. Así, en Mesopotamia nació la escritura cuneiforme, alrededor del 3,000 a.C. En India, China y América también se desarrollaron diversos sistemas de escritura. 


Tan importante fue la invención de la escritura que por lo general se considera éste el evento que separa la prehistoria de la historia. Y es que no es poca cosa: el lenguaje nos permite transmitir nuestros conocimientos de una persona a otra, y la escritura nos permite transmitirlos a través del tiempo y el espacio. Platón se quejaba, en uno de sus diálogos socráticos, de que la escritura haría a los hombres perezosos y confiados, pues les permitiría olvidar las cosas al no tener que almacenarlas en sus mentes, sino en los papeles. Irónicamente, sabemos que Platón pensaba así gracias a la escritura. Y es que si la memoria personal de cada uno se volvió menos aguda, nuestra memoria como especie se hizo infinitamente más poderosa.

A lo largo de los siglos, aquéllos que podían penetrar el misterio de las letras fueron una reducida minoría. Tras la caída del mundo grecorromano, los grandes textos sobrevivieron en los monasterios de la Europa cristiana y en las manos de sabios musulmanes, que los estudiaron y los copiaron, a mano, palabra por palabra, para impedir que esa parte tan fundamental de nuestra memoria fuera borrada. Así, gracias a la escritura, y a quienes supieron valorarla, las ideas y palabras de grandes filósofos, poetas y científicos del pasado sobrevivieron a a través de un milenio.


En el XV un artesano alemán llamado Johannes Gutenberg perfeccionó el invento chino de la imprenta al agregarle los caracteres móviles. Ahora era posible hacer cientos, incluso miles de copias de un mismo libro. La escritura y la lectura vieron una época de "boom". La Biblia, el primer libro impreso, se convirtió en un best seller, al alcance de más personas de las que nunca antes había estado. La imprenta se convirtió en un instrumento poderoso, como pudo comprobar en el siglo siguiente Martín Lutero, que tradujo la Biblia al alemán e invitó a las gentes de Europa a leer el sagrado libro por sí mismas en vez de confiar en las interpretaciones de los sacerdotes católicos y en el arte sacro de las iglesias. Se inició la Reforma Protestante y las guerras religiosas que sacudirían a Europa en los siglos XVI y XVII.

Ahora vayamos al siglo XVIII, época de la Ilustración, en la que brillantes pensadores vieron un camino para librar a la humanidad de la opresión y la tiranía, y llevarla a vivir una mejor vida: la razón y el conocimiento. Gracias a la imprenta las ideas de filósofos como Locke, Voltaire, Rousseau y Montesquieu, sobre libertad, tolerancia, contrato social, separación de poderes y otras, se difundieron por el mundo occidental e inspiraron la Independencia de los Estados Unidos (con la que nació la primera democracia burguesa moderna), y la Revolución Francesa (que marcó el principio del fin de la monarquía absoluta en Europa).

Dos de esos brillantes pensadores, los franceses Diderot y D'Alambert, concibieron un proyecto sumamente ambicioso: encontrar la forma de poner el mayor conjunto de conocimientos posible, al alcance del mayor número de personas posible. Este proyecto se llamó la Enciclopedia, y ese mismo ideal fue seguido por diversas personas desde entonces (aunque tiene sus antecedentes en China). Los filósofos de la Ilustración también fundaron periódicos y crearon bibliotecas de acceso público. La imprenta, la enciclopedia y la biblioteca pública permitieron que el conocimiento y las grandes obras de la literatura llegaran a cada vez más personas. La cultura escrita, nacida casi 5,000 años antes, sólo continuaba creciendo.


La técnica de reproducción mejoró aún más con la imprenta rotativa inventada en el siglo XIX, y la de offset a principios del XX. En la década de 1950 el educador Robert M Hutchins quiso emprender un proyecto análogo a la enciclopedia. En colaboración con la Ecyclopaedia Britannica, publicó una colección llamada Los Grandes Libros del Mundo Occidental, que trataba de poner ediciones íntegras de grandes obras del pensamiento humano al alcance de todos. El proyecto no resultó bien; la principal razón era que las ediciones de lujo resultaban poco prácticas y accesibles, además de que casi todos los títulos de la colección podían adquirirse en ediciones económicas. 

De hecho, algunas editoriales a lo largo del siglo XX se caracterizaron por publicar trabajos de obras clásicas de la literatura y del pensamiento en general, en ediciones muy baratas y de calidad no desdeñable. El mundo anglosajón tiene los Penguin Classics, y en Hispanoamérica tenemos la Colección Sepan Cuántos... de Porrúa. Hoy podemos encontrar la Ilíada, el Ramayana, los Cuentos de Canterbury, el Cantar de los Nibelungos y los textos de los filósofos, desde Platón hasta Nietzsche, en ediciones sencillas y accesibles, o adquirir magníficas enciclopedias como la Británica y la Larousse.


Durante siglos los seres humanos no podían tener una noción sobre cómo se veían lugares lejanos en el tiempo y el espacio, más que por descripciones de viajeros e ilustraciones como pinturas y grabados. La inmensa mayoría de los seres humanos vivía y moría sin que quedara nada que diera testimonio de cómo eran sus rostros. 

La fotografía, inventada en la segunda mitad del siglo XIX, permitió que más personas tuvieran un referente visual sobre lugares, objetos o seres a los que nunca vería en vivo. Cada vez más personas, así como lugares y hechos históricos, quedaron inmortalizadas en fotografías El cine, inventado en 1895, hizo que fuera posible llevar estas imágenes a más y más personas. Del tipo de películas que más gustaban a los primeros públicos eran tomas de la vida cotidiana o de lugares lejanos a los que nunca irían. Y, por supuesto, los acontecimientos importantes empezaron a ser registrados como imágenes en movimiento.


Las grandes obras de arte pictórico, por otro lado, estaban confinadas en las catedrales, palacios y museos. Modernas técnicas editoriales de impresión a color, desarrolladas a partir de finales del siglo XIX, permitieron que reproducciones de esas obras aparecieran en libros y revistas. Piensen: desde que DaVinci pintó la Mona Lisa en el siglo XVI nadie que no la hubiera visto en vivo podía saber cómo se veía. Así, estábamos en camino de una cultura visual.

Y durante más de un siglo nadie que no hubiera asistido a un concierto sinfónico podía saber cómo se oía la Quinta Sinfonía de Beethoven... y nunca podremos saber cómo se oían los cantos que entonaron los monjes gregorianos en sus monasterios medievales. Tenemos a nuestra disposición las palabras de la Ilíada, pero no sabremos jamás cómo sonaban las voces de los rapsodas que las entonaban. Gracias a las técnicas de grabación y transmisión de sonidos, las barreras del tiempo y espacio se rompieron una vez más, ahora para el oído. 

El fonógrafo, el gramófono y la radio (y después, las cintas magnéticas y el CD), permitieron que voces lejanas llegaran a muchas otras personas que de otra forma nunca las habrían escuchado. Las grandes obras de la música clásica y las genialidades de los nuevos talentos deleitaron a un público que de otra manera no existiría. Eso sí, no faltó quien se quejara de que los discos y la radio habían convertido a las obras de Beethoven en melodías que cualquier hombre de la calle pudiera silbar. Pero, ¿se imaginan un mundo en el que The Beatles sólo pudiesen haber sido escuchados por quienes asistieron a sus conciertos en vivo?


El cine no tardó en pasar de una curiosidad de feria a convertirse en el séptimo arte. Personas de todo el mundo pudieron disfrutar del genio de Charlie Chaplin, de la belleza de Greta Garbo o de la apostura de Rodolfo Valentino. Chaplin se resistió al cine sonoro, y dijo que este invento sería la muerte de su arte, pero la historia demostró que el genio se equivocaba: verdad es que este avance tecnológico permitió, en manos de autores talentosos, crear una nueva forma de expresión. Sin cine sonoro no tendríamos Ciudadano Kane. Y sin cine a color no tendríamos Lo que el viento se llevó. Pero, salvo que hubiera reestrenos esporádicos, las películas se exhibían por una temporada y luego eran enlatadas. Quienes vieron King Kong en 1933 sabían que probablemente no la volverían a ver. 

Esto cambió con la televisión, que hizo posible que generaciones que vivieron mucho después del estreno original de las grandes cintas, las conocieran y se enamoraran de ellas. En la década de los 70, el video permitió que esos grandes filmes pudieran ser disfrutados sin tener que sufrir la interrupción de los comerciales y la censura de la televisión. ¿De qué otra forma habríamos podido ver El bueno, el malo y el feo? Durante décadas la imagen de las películas fue mutilada para ajustarse al formato de la pantalla de TV (de hecho, el Widescreen surgió para que el cine pudiera seguir compitiendo con la televisión), pero ahora con el DVD y los televisores de pantalla ancha, ya se puede apreciar la fotografía de las grandes obras cinematográficas como quienes asistieron al cine en 1959 para ver Ben-Hur.

Gracias a la tecnología, pero más que nada, gracias a quienes decidieron darle un buen uso, las palabras, los sonidos, las imágenes, los conocimientos, el talento, las emociones y las ideas de personas que están muy lejos de nosotros, o que vivieron hace muchos años, pueden alcanzarnos aquí y ahora. Es cierto que ello también permitió la reproducción de mucha basura cultural (sobre todo en televisión), pero lo que nos hizo ganar, la posibilidad de disfrutar y aprender derribando las barreras del tiempo y el espacio, ha enriquecido nuestra cultura. La tele podrá ser la caja idiota, pero es cierto que muchos niños de los 90 vimos algunos de los grandes clásicos de Hollywood gracias a la trilogía de Canal 5.


Claro, eso trajo algunas consecuencias negativas: la creciente homogeneización de la cultura. Sobre todo las clases medias y adineradas de los países industrializados y en desarrollo se distanciaron de forma cada vez más marcada de lo que se producía localmente, de su propia cultura popular, y se acercaron fascinados, hiptonizados, a la nueva cultura de masas global, producida principalmente en Estados Unidos. En todo el mundo se oían las mismas canciones, se veían los mismas películas y, más recientemente, se empezaron a leer los mismos libros. Además, cada vez menos corporaciones eran dueñas de cada vez más medios de cada vez mayor alcance. Lo que se producía, reproducía y consumía en todo el mundo pasó a ser decisión de muy pocas personas. 

Las creaciones artísticas locales, en música, poesía y artes plásticas, que durante milenios eran producidas en el seno de una comunidad para enriquecer y darle cohesión e identidad a esa misma comunidad, y proporcionar recreación a sus miembros, fueron opacadas por los productos culturales de masas llevados a todas partes por quienes tenían los medios económicos para hacerlo. Por fortuna, las clases populares fueron fieles custodios de sus tradiciones: su música, su poesía y sus diversas formas de expresarse y hacer belleza continúan cumpliendo su función de unir y hacer felices a sus congéneres. 

También muchos grupos de las clases medias, en contacto tanto con la "cultura universal" como con la local, se dieron cuenta de lo importante que es el arte para una comunidad, y así siempre ha habido lecturas de poesía, exposiciones de arte y representaciones teatrales, etcétera, cuyo objetivo no es alcanzar la fama mundial (que una perversión en nuestra cultura de masas nos ha hecho creer que es la única forma de "éxito" que puede tener un artista), sino brindarle a la comunidad la riqueza única que sólo el arte producido en su seno puede proporcionar.


Aún así, ¿cuántas películas de Hollywood viste este año? ¿Cuántas obras de teatro de tu localidad fuiste a ver? ¿Cuántas canciones de nuevas estrellas de pop o rock escuchaste? ¿Cuántas veces escuchaste a una banda de música tradicional tocar una canción típica en una festividad local? (Y no lanzo piedras por estar libre de pecado, ¿eh? Tengo una viga muy grande en el ojo). 

Ahora imagina cuántas de esas maravillosas creaciones de otros lugares del mundo nos hemos estado perdiendo porque A) no podemos ir a verlos en vivo, y B) la industria del entretenimiento de masas no le da un lugar en su torrente de productos homogeneizados y prefabricados. ¿Cuántos talentos permanecen desconocidos, porque no lograron colarse dentro del mainstream, quizá sólo porque nacieron en sitios demasiado periféricos, o porque sus creaciones no agradarían a un público lo suficientemente masivo como para enriquecer a productores o editores?

Escritura, imprenta, fotografía, cine, audio, video... Estos espectaculares avances permitieron que el conocimiento y el arte llegaran a cada vez más personas. Pero los tres últimos ponían a la humanidad en peligro de empobrecerse al homogeneizarse culturalmente. Pero un nuevo salto, sólo comparable al de la imprenta, llegaría, sólo hace algunas décadas. Me refiero al medio a través del cual ahora estás leyendo estas líneas. Pero ése será el tema de la próxima entrada.


4 comentarios:

Martín Sobrino dijo...

Efectivamente. Me encantan los blogs porque son espacios para más que nada publicar ensayos y reflexiones que no siempre valen la pena mandar a alguna revista (impresa) especializada sino para plantar precedentes sobre algún tema o simplemente difundirlo... Es curioso lo del internet, por ejemplo ahora hay artistas que son debutantes en ese medio que tal vez de otra manera no habrían llegado a darse a conocer de forma masiva, como Dave Thomas que es uno de mis intérpretes de acordeón favoritos... Y sí, qué no daríamos por tener algunas grabaciones de lenguas muertas :(

Anónimo dijo...

¡Ya quiero leer la próxima entrada!

Unknown dijo...

Hermoso!

M. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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