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domingo, 10 de febrero de 2013

Cinco libros de HG Wells que deberías leer




Cuenta la leyenda que cuando le preguntaron a Julio Verne qué opinaba sobre su colega Herbert George Wells, el francés respondió airado “Il invente!”, o sea “¡Él se lo inventa”. A don Julio le molestaba que su contraparte británica se tomara tantas licencias creativas para la confección de sus novelas, sobre todo cuando Monsieur Verne se esforzaba tanto para proveer a los lectores con información técnica y científica que dejara sin lugar a dudas que todo lo que decía en sus historias era razonable, probable y para nada fantástico.

Lo que Verne no alcanzó a entender es que a Wells no le importaba especular con mucha rigidez sobre nuevas posibilidades científicas o tecnológicas. A él le bastaba con dejar en claro que las extrañezas que proponía eran suficientemente plausibles para que el lector pudiera sumergirse en la historia y disfrutarla. Hecho esto, Wells se dedicaba a filosofar sobre la naturaleza y la sociedad humanas, casi siempre de forma desfavorable para éstas, aunque siempre con la intención de impulsarlas hacia la mejoría, como quien regaña a un niño para procurar que éste se porte mejor y crezca como un hombre bien.

Herbert George Wells nació en 1866 en Bromley, Inglaterra. Hijo de un tendero, conoció la vida de la clase media-baja del Londres victoriano y se habría visto condenado a una vida como dependiente o pequeño comerciante de no haber sido por su enrome talento y sus esfuerzos incansables. Fueron sus cualidades intelectuales las que le ganaron una beca en la Normal School of Science de South Kensington, donde aprendió biología de Thomas Huxley, el célebre colaborador y discípulo de Charles Darwin.

Fue profesor de biología antes de convertirse en escritor y periodista profesional. A lo largo de su vida escribió más de cien libros, incluyendo novelas, ensayos, cuentos y proyectos para la regeneración mundial. Sus ensayos abarcaron temas políticos, sociales y científicos. Aparte de ser un impulsor del avance científico, Wells era un comprometido socialista y un simpatizante del feminismo. Cuando alcanzó fama y prestigio por su trabajo literario, se entrevistó con líderes mundiales de la talla de Roosevelt y Lenin.

De su vasta obra literaria he escogido cinco novelas correspondientes a su periodo de juventud, que es cuando gozó de una mayor creatividad. Estas cinco obras de ciencia ficción (en esos tiempos, “scientific romance”) demuestran la gran imaginación y el enorme talento literario de Wells.


LA MÁQUINA DEL TIEMPO (1895)


 Primera historia que nos plantea la posibilidad de viajar por la cuarta dimensión, el tiempo, de la misma forma como lo hacemos por las otras tres dimensiones espaciales. Un narrador anónimo nos cuenta la historia de un conocido suyo, a quien sólo da el nombre de Viajero del Tiempo. Este individuo presenta en su casa, ante un público de ilustres invitados, una máquina capaz de realizar viajes por el tiempo. Poco después, el inventor hace un viaje hacia el año 802,701 después de Cristo y regresa, herido y con la ropa hecha jirones, para contar una historia llena de emoción y suspenso en un mundo totalmente distinto al conocido.

Todo vestigio de civilización ha desaparecido; no existe más que un prado florido habitado por una nueva raza humana compuesta por seres hermosos, pequeños y débiles, casi como elfos, que sólo se dedican a juegos infantiles y diversiones inocentes. ¿Será posible entonces que la felicidad haya sido alcanzada por otro camino? Mientras el Viajero pondera esta posibilidad, descubre que estas delicadas criaturas, llamadas Eloi, son frívolas, egoístas e inútiles, sin visión ni iniciativa, que sólo existen para complacer placeres fugaces. Y lo peor es que los Eloi son depredados por los Morlocks, unos humanoides albinos y casi ciegos que viven bajo la superficie de la tierra y que salen a cazar por las noches.

Poco a poco aprendemos, junto con el Viajero del Tiempo, la terrible verdad: tanto Eloi como Morlocks son dos subespecies que descienden del Homo sapiens. Los primeros descienden de la burguesía explotadora cuya privilegiada posición la fue transformando en una raza bonita, pero inútil y estúpida, mientras que los Morlocks descienden del proletariado, obligado a trabajar durante toda la vida operando máquinas subterráneas hasta que se convirtieron en bestias brutales, que aún operan la maquinaria casi por instinto y que se alimentan de los Eloi en un irónico juego de macabra justicia poética.

Wells utiliza esta fábula del viaje por el tiempo para revelarnos que la organización social de su época no puede conducir a nada bueno. Los burgueses, cada vez más superficiales e inconscientes, seguirán aprovechándose de los trabajadores que, sometidos a una vida de trabajo alienante, se convierten poco a poco en bestias (la animalización del ser humano es una constante en la obra de Wells). El autor lanza una alerta a sus contemporáneos al mostrarles las consecuencias lógicas de la forma de organización social que llevaban.


LA ISLA DEL DOCTOR MOUREAU (1896)


Un náufrago, Edward Prendick, es rescatado en altamar por una nave misteriosa que lleva una carga de animales salvajes a una isla en el Pacífico. Prendick es invitado a quedarse en la isla por Montgomery, asistente del misterioso doctor Moreau. Pronto Prendick descubre que la isla está habitada por abominables hombres-bestia, engendros producidos por Moreau mediante avanzadas técnicas de vivisección. Es decir, Moreau ha tomado animales y los ha operado, vivos y sin anestesia, y mutilado hasta convertirlos en adefesios mitad hombre, mitad bestia con un poco de capacidad de raciocinio. Moreau no lo hace por puro morbo, sino que quiere demostrar su teoría de que la diferencia entre lo animal y lo humano no es cualitativa, sino cuantitativa: que de lo animal a lo humano sólo hay un paso. Wells, nos plantea, por su parte, la desconcertante implicación de tal premisa: que de lo humano a lo animal también sólo hay un paso.

Borges llamó a esta novela “un atroz milagro”, mientras que el propio Wells la definió como una “blasfemia juvenil”. Es mi obra favorita de cuantas he leído de Wells. En primer lugar, disfruté con los escalofríos que me produjo esta obra de horror proto-gore. Wells tiene el decoro de nunca describirnos el proceso quirúrgico con el que Moreau transforma a sus víctimas, pero sí que nos describe los resultados y uno puede empezar a imaginarse la clase de horribles torturas a las que fueron sometidos los animales. Por largos momentos tortuosos, Wells nos obliga a escuchar los alaridos de agonía de un puma al que Moreau opera, sólo para que de pronto esos rugidos bestiales se conviertan en aullidos humanos. En lo personal, hubo momentos de la obra en los que me sentí realmente mareado por el horror.

En segundo lugar, esta obra es mi favorita por la reflexión que Wells hace de la naturaleza humana y de la noción que el hombre tiene de sí mismo. Los hombres-bestia se creen humanos auténticos y murmuran por lo bajo letanías y mandamientos: “no andarás en cuatro patas”, “no beberás el agua a sorbos”, “no comerás carne”, “no cazarás a los otros hombres”. “Pues somos hombres, ¿acaso no somos hombres?” dice la gente-bestia y se responde a sí misma “Somos hombres, somos hombres”.

Con todo esto, Wells no sólo nos recuerda de nuevo nuestra naturaleza animal y nos exige humildad para reconocerla, sino que nos plantea una idea inquietante: que nosotros, como los hombres-bestia de Moreau no somos más que un montón de animalitos mutilados por alguna inteligencia perversa para hacernos creer que somos seres racionales, mientras repetimos mandamientos que no comprendemos y nos creemos similares a la divinidad porque tenemos manos con cinco dedos (por lo menos la gente-bestia tenía con quién compararse, nosotros, ni eso).

Cuando Pendrick logra escapar de la isla y volver a la civilización, no puede ya soportar la compañía humana, porque en cada acción, en cada gesto, presiente que en cualquier momento las personas se convertirán en bestias. Por ello, Pendrick se dedica a la astronomía, esperando encontrar sosiego en la contemplación de las cosas eternas. Entonces, Wells nos trae La guerra de los mundos.


EL HOMBRE INVISIBLE (1897)


Aquí tenemos a Griffin, un brillante científico sin un centavo que encuentra la forma de volverse invisible (una buena explicación del Wells científico nos permite creer que esto sea posible) y la usa para escaparse de su casera.

Pero lo que al principio parecía ser una ventaja extraordinaria se revela como una trampa terrible. Para que Griffin pueda ser realmente invisible, debe andar desnudo bajo el inclemente invierno londinense. No puede dormir, porque la luz atraviesa sus párpados; no puede comer, porque la comida es visible en su estómago hasta que la digiere; no puede andar en la niebla o bajo la lluvia, porque se revela como una burbuja; ¡hasta la mugre de sus uñas podría delatarlo!

En El hombre invisible, Wells nos hace reflexionar sobre el aislamiento y la soledad de las personas en una sociedad de individuos egoístas y ensimismados. De hecho, Griffin trata de encontrar una forma de volver a la normalidad, intento que se ve frustrado por los entrometidos vecinos de Bramlehurst, así que cuando el protagonista finalmente desciende a la locura, la culpa no es totalmente suya, sino que lo es en gran parte también de la sociedad.

La locura, por cierto es otro tema básico de la novela; llega el momento en el que Griffin, a pesar de todas las desventajas evidentes de la invisibilidad, se cree invencible e impunible, un superhombre sin ataduras morales, listo para cometer toda clase crímenes, llevado por la ilusión de que “un hombre invisible puede dominar el mundo”. Obviamente, su intento fracasa y Griffin encuentra un final bastante innoble. A fin de cuentas, Griffin es sólo otra víctima de la alienación en la que vive la sociedad de tiempos de Wells.


LA GUERRA DE LOS MUNDOS (1898)


La historia es muy bien conocida: los astrónomos avistan una serie de extrañas explosiones en Marte y unos días después comienzan a caer en la campiña londinense cilindros metálicos que transportan invasores marcianos y sus invencibles máquinas de guerra. Los marcianos arrasan rápidamente con la población y el ejército británico les opone una valerosa, pero inútil resistencia. Al final, sin embargo, los marcianos mueren, víctimas de los virus y bacterias terrestres.

En tiempos de tanto “progreso”, las buenas gentes victorianas creían que el ser humano era el ser más perfecto de la creación y a la raza británica como la más perfecta de todas. Wells llega para recordarnos que así como nosotros evolucionamos a partir de seres inferiores, habrá criaturas que estén por encima de nosotros en la escala evolutiva, que así como los europeos han masacrado a otros pueblos, alguien más podría venir a masacrarlos a ellos y que así como los seres humanos hemos tratado a nuestras bestias, seremos tratados de igual manera por “intelectos vastos, fríos y sin empatía”. Nos recuerda que nuestros días en este mundo están contados por el proceso natural de enfriamiento de nuestro planeta, y que, al final, tanta evolución y tanto progreso podría no servirnos de nada, pues, al igual que los marcianos, bien podríamos ser víctimas de “las criaturas más humildes que Dios puso en la Tierra”.

La religión y las fuerzas armadas son duramente criticadas por Wells en esta obra, a través de los personajes de un cura y un artillero. El primero se derrumba moralmente ante la invasión marciana y cede a la locura. El segundo se animaliza y resuelve sobrevivir como una rata de alcantarilla en el mundo dominado por los marcianos. Así, la religión y el ejército, instituciones que deberían salvaguardar la integridad moral y la integridad física de una nación, son los primeros en doblegarse ante la furia destructiva de los marcianos.

Lo más perturbador de lo que plantea Wells con esta fábula no es que la raza humana no pudiera sobrevivir al ataque de una civilización superior, sino que quizá no lo merece. Wells presta poca atención a las máquinas marcianas destruyendo ciudades y diezmando ejércitos (aunque son episodios memorables), y se concentra en las reacciones de los seres humanos ante la invasión. Lo que nos muestra Wells no es alentador.

Los buenos y civilizados ciudadanos del país más avanzado del mundo no sólo actúan de forma irracional, sino egoísta y hasta malvada: se pisotean en estampidas provocadas por el pánico (un niño muere pisoteado cuando los marcianos comienzan el ataque), saquean las casas y almacenes de sus vecinos, intentan arrebatarse vituallas y transportes unos a otros, y se atropellan literalmente por los caminos. Como en La máquina del tiempo y en La isla del doctor Moreau, Wells echa mano de su recurso de animalizar a las personas para demostrar lo absurdo y grotesco de sus conductas y actitudes. El autor compara a los seres humanos con dodos, ovejas, hormigas, vacas y otros animales a lo largo de su novela.

Por lo demás, La guerra de los mundos es una excelente novela, ya sea que se le lea como una obra de ciencia-ficción, de desastres, de suspenso, o hasta de terror psicológico. Su prosa es especialmente soberbia y escalofriante, y sobresalen los primeros párrafos, escritos con un tono ominoso.


LOS PRIMEROS HOMBRES EN LA LUNA (1901)


Aquí tenemos a dos hombres disímbolos: el señor Bedford y el señor Cavor. El primero es un empresario en bancarrota que se retira a la campiña inglesa a escribir una pieza teatral, con la esperanza de hacerse de algún dinero con ella. En su retiro conoce a Cavor, un ensimismado y distraído científico empeñado en encontrar un metal capaz de bloquear la atracción gravitacional. Bedford, movido por la idea de que tal material podría ser fuente de riquezas, ayuda a Cavor con sus experimentos hasta que por fin logran inventar la “cavorita”. Con ella, construyen un vehículo y viajan a la Luna, que descubren habitada por una sociedad de seres insectoides que viven bajo la superficie de nuestro satélite natural. Hasta aquí la anécdota.

Después de que Wells el científico nos explica la posibilidad de que un material como la cavorita puede ser creado y especula sobre qué formas de vida podrían evolucionar en la Luna, y de que Wells el narrador nos cautive con extravagantes aventuras dignas de un proto-pulp, Wells el filósofo interviene para hacer una dura crítica de la sociedad de su tiempo. Bedford representa al capitalismo y al imperialismo. No al gran capital, pero sí a la mentalidad burguesa materialista, ambiciosa, que no concede validez más que al dinero y que es capaz de lo que sea por obtener riquezas. Todo lo que hace Bedford es movido por el afán de lucro. Cuando Cavor le propone el viaje a la Luna, Bedford imagina un imperio interplanetario como el de los españoles en América, que explote los recursos de otros mundos.

En la luna, Bedford no puede resistir el hambre (símbolo de la insaciabilidad del capitalismo), a pesar de que él y Cavor se ven acechados por los selenitas y come unos capullos de una planta lunar parecida al nopal. La planta resulta ser tóxica y sumerge tanto a Bedford como a Cavor en un estado alucinógeno que da pie a uno de los episodios más divertidos de la obra. En ese estado psicodélico, Bedford expresa la necesidad de anexar a la Luna, para cumplir “la carga del hombre blanco”, de la que se hablaba en aquellos tiempos: dominar y civilizar a los pueblos inferiores. Aquí Wells representa al imperialismo como una especie de embriaguez. Sabemos bien que Bedford no cree en ninguna “misión civilizadora” y que sólo quiere apropiarse de los abundantes recursos minerales de la Luna, pero también sabe que necesita una mentira para justificarse; la eterna mentira imperialista es el autoengaño de una sociedad narcotizada.

Los selenitas viven en paz y prosperidad, pero esto es posible gracias a un sistema de clases exageradamente estricto, en el que cada individuo es tomado desde la infancia y manipulado física y psicológicamente para convertirse en un especialista. Cada especialista conoce sólo su trabajo y ama sólo su trabajo, y considera que quienes no conocen su oficio son inferiores. En la sociedad selenita no se puede escoger el propio futuro y no existe la movilidad social. Es pues, una fábula sobre la superespecialización del mundo en el que vivía Wells… y en el que aún vivimos.        Así, Wells critica no sólo la sociedad que es, sino la que puede llegar a ser si la humanidad sigue tomando decisiones equivocadas.

EPÍLOGO

“¡No te importa la humanidad, sólo crees que debe ser mejorada!” le dijo una vez Joseph Conrad a Wells, medio en broma. Yo, en cambio, me permito pensar que Wells ansiaba con desesperación mejorar a la humanidad porque le importaba demasiado. Le importaba tanto la humanidad que no dejaba de señalar sus defectos, de fustigar sus vicios, de ridiculizar todo aquello que merece ser ridiculizado, al mismo tiempo que proponía formas para mejorarla. En otras palabras, Wells era un filántropo cuyo amor por la humanidad rayaba en la misantropía.


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9 comentarios:

Gary Rivera dijo...

interesante!! Confieso que he visto las peliculas (si que verguenza) hoy aprovechare los descuentos de crisol y me comprare uno de estos libros!!!

AM dijo...

Vaya, hace tiempo que no navegaba por aca y me encuentro con un abanico de entradas para leer.
Bueno, al grano: respecto a Wells, me encanta su obra pero no la he leído toda (creo que le hincaré el diente al Dr. Moreau en cuanto termine de leer los herederos de Golding).
Un pequeño aporte de mi persona es sobre un capitulo aparte de la Maquina del tiempo que no fue incluído en la edición original y que fue publicado en la colección de cuentos Cronopaisajes (Timescapes) donde el proceso de animalización del ser humano alcanza su punto más bajo, al terminar evolucionando en una especie de roedor que insectos gigantes tienen como fuente de alimento. Una idea por demás perturbadora, pero no debemos olvidar que la evolución no se detiene y que todas las especies, TODAS, se extinguen. Si el homo sapiens dejara una o más especies inteligentes que usen sus logros para continuar, eso se sabrá en un par de millones de años.

Sir David von Templo dijo...

Wow... Cada día se aprende algo nuevo, y más cuando entro a leer tu blog...

Por ejemplo, no sabía que "La Maquina del Tiempo" fuera de Wells, o a que parodiaba exactamente ese sketch del especial de Noche de Brujas de los Simpsons "La isla del Dr. Hibbert".

¿Ese hombre invisible es el que aparece en la Liga de Caballeros Extraordinarios?

Saludos.

Alexander Strauffon dijo...

Me encanta Wells. Pero confieso que he leído sus obras de mayor fama, me queda por leer el resto de su trabajo. Como con todos los autores, nos falta vida para poder aventarnos todo lo que escribieron.

alejocaspa dijo...

Gracias por las reseñas, no he leido a Wells, lo cual supone para mí una vergüenza. Definitivamente una buena opción para estos tiempos donde los humanos damos más asco que compasión...

Moises dijo...

"las fuerzas armadas son duramente criticadas por Wells"

¿Seguro?

En el caso del cura no podría negarlo, pero en el caso del ejercito no lo creo, con todo y el personaje del artillero.

En el libro hay varios pasajes donde dentro de sus posibilidades, el ejercito y la marina enfrentan a los marcianos, defienden a la población y buscan una manera de enfrentarlos, y en mi opinión contrarrestan la imagen del artillero.


"El zapador ordinario es mucho más culto que el soldado común y comentaron las posibilidades de la lucha en perspectiva con bastante justeza."

"Los soldados habían obligado a los que vivían en las afueras de Horsell a cerrar sus casas y salir de ellas."

"Había mucha gente y la mayor parte vestía sus ropas domingueras. A los soldados les costaba mucho hacerles comprender la gravedad de la situación. "

"dicen que en Chertsey se han oído muchos cañonazos y que los soldados de caballería les han dicho que se vayan enseguida porque llegan los marcianos."

"Pero los soldados de St. George Hill estaban mejor dirigidos o eran más valientes. Ocultos en un bosquecillo como estaban, parecen haber tomado por sorpresa al marciano que se hallaba más próximo a ellos. Apuntaron sus armas tan deliberadamente como si hicieran prácticas de tiro e hicieron fuego desde una distancia de mil metros."

"Los marcianos habían sido rechazados; por tanto, no eran invulnerables."
"De la larga estructura se alzaban grandes puentes y en lo alto veíanse dos chimeneas que lanzaban al aire grandes columnas de humo negro salpicado de rojo. Era el destructor Thunder Child, que iba a defender a las embarcaciones en peligro."

"ya no se pudo ver ni al tercer marciano ni a los restos del Thunder Child. Pero los otros barcos de guerra estaban ahora muy cerca y avanzaban lentamente hacia tierra."


La invasión supero al ejercito debido a la tecnología superior de los marcianos.


"—Arcos y flechas contra el rayo —comentó el artillero—. Todavía no han visto ese rayo de fuego."


Ademas nunca se ve que el ejercito verdaderamente colapse, cosa que por ejemplo, si ocurre en Guerra mundial Z.

Maik Civeira dijo...

Casi seguro. El ejército viene a ser representado por el artillero. No podemos ver el colapso de la totalidad de las fuerzas armadas porque todo lo vemos desde el punto de vista de dos personas. La figura del artillero viene a ser, por extensión, un símbolo de toda la milicia; es in tipo de figura poética conocida como metonimia. Cumplen con su deber, pero ante el fracaso, el orgulloso ejército imperialista más poderoso del mundo queda humillado. Como en general la civilización misma.

Unknown dijo...

Pero por qué haces ese spoiler de La Guerra de los Mundos??? Por qué?

Unknown dijo...

Pero por qué haces ese spoiler de La Guerra de los Mundos??? Por qué?

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