Cómo el neoliberalismo abrió la puerta al fascismo - Ego Sum Qui Sum

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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

martes, 5 de julio de 2016

Cómo el neoliberalismo abrió la puerta al fascismo


En la entrada anterior les compartía mis temores -quizá exagerados, me dicen- acerca del ascenso de la ultraderecha en el mundo occidental. Después de todo, temer la llegada de otro Hitler u otro Mussolini podría ser hiperbólico; los populismos de derecha al estilo Donald Trump o Norbert Hoffer tienen más probabilidades de convertir a sus naciones en repúblicas bananeras que en dictaduras fascistas; más que campos de concentración y guerras mundiales, de ellos podemos esperar formas de gobernar estrafalarias e ineptas, que sólo agudicen los problemas sociales que de por sí ya tenemos [actualización: sí hubo campos de concentración].

Con todo, más que a los dictadores, creo que habríamos de temer a las turbas enardecidas por el odio. Puede ser que los demagogos como Trump no estén de acuerdo con acciones, ya sea de grupos o “lobos solitarios”, que violentan a migrantes, homosexuales u otras minorías, pero su ascenso decididamente envalentona a quienes cometen esos actos. Ahora, en un mundo interconectado, imagínense que esos grupos se alientan e inspiran unos a otros a través de las redes sociales en todos los rincones del globo: algo así como Anonymous mezclado con el Ku Kux Klan [actualización: eso es justo lo que ha pasado].

Pero si bien podemos delinear las características de estos grupos de odio en ascenso (nacionalismo, racismo, xenofobia, homofobia, misoginia, antiintelectualismo y demagogia), más difícil resulta identificar las causas del surgimiento. En una columna previa enlisté algunos de los probables factores: el terrorismo islámico; la crisis de refugiados producto de la guerra en Siria; la ineptitud de la izquierda primermundista para atender los problemas de la clase trabajadora; los cambios hacia una sociedad más diversa y multicultural, que para generaciones más viejas han sido “demasiados en muy poco tiempo”; el lento pero progresivo giro de los partidos conservadores hacia el antiintelectualismo y su cada vez mayor dependencia de bases radicales incómodas pero necesarias, y añadía yo, la falta de un modelo educativo humanista, cosmopolita y racionalista que fomente el pensamiento crítico.

Hoy quiero hacer énfasis en uno de esos factores, que no es menor: la crisis del neoliberalismo. Claro, “neoliberalismo” es uno de esos términos convenientes que engloban diferentes posturas, escuelas de pensamiento y prácticas políticas (no siempre compatibles) más que una sola ideología monolítica. Sin embargo, el término es útil, siempre que reconozcamos sus limitaciones, para referirse a una visión de la economía y la política que favorece mercados lo más libres posible y gobiernos que intervengan lo mínimo en la economía, y que se opone al Estado de bienestar y a la socialdemocracia. Llegado al poder en la segunda mitad de la década de los 70 en Estados Unidos (y a principios de los 80 en México), se ha convertido en la ortodoxia de diversos gobiernos sin importar que se autodenominen conservadores o liberales.

Amanecer Dorado, el fascismo en Grecia.

¿A dónde nos ha llevado este paradigma? Aunque parece que la extrema pobreza a nivel global se ha reducido (y esto ya es bastante discutible), es un hecho que la desigualdad en la distribución de la riqueza ha aumentado drásticamente: nunca antes el 1% más rico había sido tan rico, y nunca antes la diferencia entre ellos y los demás había sido tan pronunciada. La clase media está en retroceso: trabaja más y tiene menos poder adquisitivo. Por primera vez esta generación de jóvenes sabe que no tendrá un futuro mejor que la de sus padres y abuelos. Es natural que esto genere descontento social y un resentimiento hacia las élites económicas y la clase política.

Quiero citar algunos extractos de textos que ilustran lo que quiero decir y que dan una idea de lo que está pasando (las traducciones son mías). El primero es de George Monbiot de The Guardian:

“Quizá el impacto más peligroso del neoliberalismo no son las crisis económicas que ha causado, sino las crisis políticas. Mientras el dominio del Estado se reduce, nuestra habilidad para cambiar el curso de nuestras vidas mediante el voto se contrae. En cambio, nos dice la teoría neoliberal, la gente puede ejercer su facultad de elegir a través del gasto. Pero algunos tienen más para gastar que otros; en la democracia del gran consumidor o el accionista, los votos no están equitativamente distribuidos. El resultado es el desempoderamiento de los pobres y la clase media. Ya que los partidos en la derecha y la antigua izquierda adoptan políticas neoliberales similares, el desempoderamiento se convierte en enajenación. Grandes números de personas han sido alienadas de la política.

 

Chris Hedges señala que ‘los movimientos fascitas construyen sus bases no con los activos políticamente, sino con los inactivos, con los perdedores que sienten, a menudo acertadamente, que no tienen voz ni rol que jugar en el establishment político’. Cuando el debate político ya no se dirige a nosotros, la gente empieza a responder a eslóganes, símbolos y sensacionalismo. Para los admiradores de Trump, por ejemplo, los hechos y los argumentos son irrelevantes.”


Donald Trump anuncia un resurgimiento del populismo de derechas en Estados Unidos

Algo más nos explica Michael Lind de The Smart Set:

“Las sociedades occidentales de hoy están más atomizadas que nunca desde la revolución industrial. Los arreglos corporativistas del siglo XX fueron desestabilizados por la revolución informática y desmantelados por gobiernos centristas en el afán de quitar obstáculos a los mercados competitivos. Las ganancias en eficiencia han sido reales en muchos sectores, pero al precio de la pérdida de agencia de la mayoría de los trabajadores. Un desempoderamiento similar de los ciudadanos siguió a la desintegración de la maquinaria política basada en la pertenencia a grupos y la transformación de los partidos políticos en meras etiquetas que pueden ser capturadas por activistas o compradas por individuos adinerados y cabildos de donantes.

La pertenencia a partidos políticos, iglesias, grupos comunitarios, caridades y clubes ha declinado en todas las naciones occidentales. El universo social se ha reducido al trabajo, la familia y la realidad virtual provista por la televisión, la radio y la Internet. Con todos sus defectos, las viejas instituciones sociales empoderaban a la gente a la vez que los educaban en valores cívicos. “Los modales son la moral pequeña” dice el dicho. Pero los medios masivos, que recompensan la majadería y el impacto junto con la celebridad, actúan como una influencia decivilizatoria.

Ahora que el acceso a la influencia política depende, no de organizaciones populares descentralizadas como gremios y sindicatos, sino del dinero movilizado y de la celebridad mediática, es natural que quienes se sienten marginados se vuelvan hacia caudillos que son billonarios como Ross Perot, celebridades de la TV como el italiano Beppe Grillo, o una combinación de ambos como Donald Trump.”


Trump se ha ganado el apoyo de grupos racistas, incluido el Ku Kux Klan.

Lo que podemos esperar en el futuro próximo nos lo explica Sally Goerner en Evonomics

“Las oligarquías siempre colapsan porque están diseñadas para extraer la riqueza de los niveles más bajos de la sociedad, acumularla en la cima, y bloquear cualquier cambio al concentrar también el poder político. Aunque puede tomar un tiempo, tal extracción finalmente eviscera a los niveles productivos de la sociedad y el sistema se vuelve más y más frágil. Presiones internas y un sentimiento de haber sido traicionados crece mientras la desesperación y la desesperanza se multiplican en todas partes, excepto en la punta; pero reformas efectivas se antojan imposibles porque el sistema parece por completo amañado. En las etapas finales, surgen líderes advenedizos, algunos honestos y otros fascistoides, que buscan canalizar la frustración para sus propios fines. Si tenemos suerte, el público se movilizará junto a líderes honestos para llevar a cabo reformas efectivas. Si no tenemos suerte, el establishment continuará respondiendo con ineficiencia hasta que la economía colapse o los fascistas tomen control y creen condiciones demasiado horribles para contemplar.”


El problema es que los defensores del establishment parecen estar ciegos a esta crisis. Desde sus cómodas posiciones, las manifestaciones de descontento les toman por sorpresa. Pero más que asustados, se ven ofendidos por esta incursión de los advenedizos en un reino que ellos creían tener bien dominado. Con desdén regañan a las masas ignorantes y esperan que éstas acepten humildemente su propia estupidez, asuman “su lugar” en la jerarquía social y dejen trabajar a las élites que saben lo que hacen (estos textos de James Traubs, John Carlin y Richard Dawkins respecto al Brexit ejemplifican tal falta de visión).

Sí, las masas iracundas pueden estar absolutamente equivocadas respecto a quién tiene la culpa de esta crisis (“las élites gobernantes corruptas que nos obligan a aceptar migrantes que nos quitan los empleos y destruyen nuestra cultura”) y cuáles son los pasos para solucionarla (“que nos gobierne un líder fuerte que haga a nuestra nación grande otra vez sin importar lo que diga el mundo”). Pero no se puede desestimar las causas de su descontento: la reducción en su calidad de vida, la sensación de empobrecimiento y de falta de control sobre su propio destino, y el hartazgo hacia clases gobernantes por las que se sienten traicionadas. No es que la gente estuviera tranquila y feliz antes de ser seducida por los demagogos: el descontento ya estaba y sólo precisaba de una forma para canalizarse.

Mapa del crecimiento del nacionalismo en Europa.

La ceguera de los defensores del establishment se ve también en su incapacidad de distinguir entre diferentes manifestaciones de descontento, y entonces ponen al Tea Party y a Donald Trump en el mismo saco que Occupy Wall Street y Bernie Sanders (este texto del Washington Post es ejemplar). Desde el punto de vista del establishment, todos son movimientos de advenedizos que se atreven a cuestionar la sabiduría de la clase política y la eficacia del sistema, y que enardecen a las masas (que de otra forma no darían lata).

Que de un lado se predique el odio, el miedo y el regreso a un pasado idílico que nunca existió, mientras que del otro se predique la esperanza, la justicia social y un futuro que puede ser mejor para todos, no parece marcar ninguna diferencia para los defensores del establishment. Ignoran lo que con lucidez señala, acerca de los movimientos populistas, Yascha Mounk de Foreign Affairs.

“El populismo de izquierda, que se revitaliza entre las democracias occidentales, se concentra en asuntos económicos. A diferencia de su contraparte en la derecha, cuyas plataformas se basan en amenazas exageradas o inventadas, ellos se enfocan en problemas muy reales: corrupción gubernamental y corporativa, desigualdad económica creciente y el estancamiento de la calidad de vida.

 

Estos populistas económicos están en lo cierto al señalar que las democracias contemporáneas están lejos de ser infalibles. Dejada a sí misma, la democracia capitalista tiene una tendencia a poner más poder en manos de los ya poderosos y más riqueza en manos de los ya ricos. Para contrarrestar esta gradual erosión de la justicia económica y política, las democracias necesitan ocasionales erupciones de ira popular. En este sentido, el populismo de izquierdas puede ser un correctivo importante a la tentación autocomplaciente a la que toda élite es susceptible a caer tarde o temprano.”


Agrupaciones fascistas en Europa: un mapa contemporáneo.

Pero en vez de reconocer las muchas formas en las que el sistema que han creado está roto, desgastado y desprestigiado, las élites se preparan para defenderlo a capa y espada. Ejemplo de ello es el respaldo oficial del Partido Demócrata a Hillary Clinton, la más insider de los insiders, representante de ese centro neoliberal que nos trajo a donde estamos. Como señala Nathan Robinson en Current Affairs, esto se ha hecho a pesar de que encuesta tras encuesta demuestra que Clinton es casi tan despreciada nacionalmente como Trump y que Sanders tenía una mucho mejor oportunidad de vencer al millonario en las urnas. Después de que la retórica de los medios favorables al Partido Demócrata logró convencer a los liberales de que una victoria de Clinton era más factible, ya están achacando la culpa a Sanders de la más que probable victoria de Trump, por haber “dividido a los votantes”. De nuevo, no ven las causas del descontento en las características del sistema y sus representantes, sino que culpan de todo a los advenedizos.

Mientras tanto Sanders siempre ha tenido el cuidado de decir que no tiene nada en contra de Clinton, sino que sólo difieren en sus posturas sobre temas importantes, y a quien ha asegurado su apoyo en las elecciones. Viéndose fuera de la competencia electoral, Sanders está determinado a asegurarse de que los objetivos del movimiento popular al que él representa (mejorar el salario mínimo, ofrecer educación superior gratuita, poner a Wall Street bajo control, etc.), encuentren un lugar en la plataforma de Clinton. Sanders no busca división sino inclusión, y he ahí una de las diferencias más importantes entre un demagogo y un líder popular. Se podría debatir la viabilidad de las soluciones que propone Sanders, pero no hay forma honesta de equipararlo a Trump (Obama entiende muy bien las diferencias, como le demostró a Peña Nieto en su reciente visita a Canadá).

Tess Ausplund se le plantó enfrente a un contingente de neonazis que marchaban libremente por las calles de una ciudad sueca.

No tenemos que irnos muy lejos para hallar una pista de lo que está sucediendo. Ya antes el modelo del laissez-faire había traído crisis económicas y políticas profundas. Con la Gran Depresión que iniciara en 1929, también surgieron movimientos políticos que se oponían a las élites gobernantes de siempre y prometían soluciones a un pueblo empobrecido y frustrado. Pero si por un lado surgió Benito Mussolini, por el otro surgió Franklin D. Roosevelt.

El sistema actual está en crisis. Puede reformarse, experimentar una transición hacia otro más funcional y sustentable. O puede aferrarse a sí mismo hasta el final, con sus defensores tapándose ojos y oídos al enojo creciente de la población y hundiéndonos a todos en el proceso.


Esta entrada fue una de las primeras de la serie Crónica de un Invierno Fascista (y de la Resistencia). Allí pueden leer como continuaron desarrollándose estos acontecimientos. Otros textos sobre temas relacionados incluyen:

11 comentarios:

Carlos Barragán dijo...

Hola, me gustaría saber a qué te refieres exactamente con antielitismo.

Maik Civeira dijo...

Pues como el nombre lo dice, el rechazo a las élites, entendidas como las personas que detentan el poder o que son percibidas como parte del establishment (de ahí que el rechazo se dirija también a los expertos, académicos, intelectuales y científicos), pero en el caso de los popualismos de derechas que estamos viendo, no necesariamente a la idea de que existan personas superiores a otras.

Anónimo dijo...

"El populismo de izquierda se concentra en asuntos económicos. Ellos se enfocan en problemas muy reales: corrupción gubernamental y corporativa, desigualdad económica creciente y el estancamiento de la calidad de vida.".


Soy de Venezuela, desde que tengo uso de razón tenemos un gobierno que sin lugar a dudas se podría describir como populista de izquierda pero no se parece nada a lo que se describe en ese párrafo. El gobierno de Venezuela siempre se ha enfocado en dividir al pueblo con odio hacia los "burgueses", termino que anteriormente se refería a personas de clase media para arriba pero que actualmente se usa también hacia personas pobres (pues casi todos lo somos) con las que se tenga alguna diferencia social o de punto de vista político. En fin, lo del gobierno populista de izquierda venezolano siempre han sido los discursos de odio no los asuntos económicos.

Maik Civeira dijo...

Anónimo: no te lo discuto ni por un momento. El chavismo ha resultado catastrófico. El autor del artículo se refería más bien a movimientos de masas como OWS o el 15M. Chéca el artículo completo, es muy esclarecedor.

Sexto Empirico dijo...

El movimiento de Sanders me da mucha esperanza. Hay cosas que no me convencen de él como su rechazo a los transgénicos y al TLC (aunque entiendo porque lo critica). No obstante si fuera gringo votaría por el cien veces antes de votar por Hillary y deseo que hubiera un agente político con su capacidad, apertura y su influencia en la política mexicana.

Ahora bien, recordemos que el neoliberalismo surgió en parte por la incapacidad del sistema económico anterior para dar fin a las crisis inflacionarias y de estancamiento económico en los años 70. La nueva izquierda no debe de consistir en una añoranza del sistema pasado (Que en el caso de México además era cerrado y autoritario). No es que tu lo sugieras, pero creo que hay personas que caen en eso al tratar el tema. Parecerá anticuado, pero hace poco leí "la tercera vía" de Tony Blair y me pareció un libro muy sugestivo. Saludos.

Maik Civeira dijo...

Hola, Jorge Alex. Estoy de acuerdo contigo: no podemos volver al pasado. También he leído "la tercera vía" y su continuación "La tercera vía y sus críticos", y son básicos para entender la política en la era de la transición entre milenios. Aparte, en algún lugar dice Slavoj Zizek que se suele considerar el desmantelamiento del Estado de bienestar como una traición hacia algo muy noble que estaba funcionando muy bien, cuando en realidad era un modelo agotado que ya estaba muriendo, como bien señalas respecto al estancamiento económico de los 70. De la misma manera, el neoliberalismo ya se agotó. Por eso hay que ir hacia el futuro, no hacia el pasado, aunque claro que podemos aprender qué del pasado aún es útil y aplicable.

Últimamente he estado checando un sitio de economía que me parece muy interesante (uno de los que cito en este texto). Es Evonomics, y lo recomiendo mucho:

http://evonomics.com/

Sexto Empirico dijo...

Muchas gracias Maik. Está muy buena la página, veo que hay varios artículos sobre la desigualdad. Justamente la entrada que acabo de subir a mi blog trata ese problema http://sidudoexisto.blogspot.mx/2016/07/el-fin-de-la-herencia.html. Saludos.

Antonio dijo...

Excelente sitio ese de Evonomics.

Un Abrazo

David Triviño dijo...

Hola Ego.

A proposito de la entrada:
http://www.lavanguardia.com/cultura/20170109/413193584994/entrevista-zygmunt-bauman-sociologo.html?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=cultura&utm_campaign=botones_sociales&utm_source=twitter&utm_medium=social

Anónimo dijo...

Pero vamos a ser sinceros, el neoliberalismo era apoyado por tus amigos del Círculo Escéptico. O no te acuerdas de cuando apoyaban a Monsanto? Claro, como ahora se hicieron LGBTs friendly es que dejaron de ser la misma porquería ideológica? O es que cambiaron del giro transgénico al giro trans con hormonas?

Maik Civeira dijo...

Falacia de asociación, whattabaoutismo... Nada de lo que dices responde a los argumentos e información presentados en este texto.

No sé cuáles de mis amigos del Círculo Escéptico apoyaban el neoliberalismo, pero yo no soy responsable de eso ni viene al caso. Los escépticos sí defendemos los ogm, porque la evidencia científica demuestra que no son peligrosos para el consumo humano. Eso es muy diferente a defender a la corporación Monsanto y sus prácticas cuestionables (por no decir criminales). Y si varios de ellos apoyen a la causa LGBTQ, es porque es completamente compatible con los principios del humanismo secular y con lo que sabemos de ciencia alrededor de la sexualidad humana.

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