En
mi entrada anterior hice un breve esbozo de la historia del evangelismo en
los Estados Unidos, de su evolución desde ser un movimiento espiritual que buscaba
aliviar el sufrimiento de las personas en la tierra, a uno que se fue
caracterizando por posturas retrógradas y un coqueteo peligroso con el poder.
Ahora pasemos a hablar de estos talibanes en nuestras tierras, nuestra América
Latina.
En nuestro continente la
institución religiosa con más poder e influencia ha sido durante siglos la
Iglesia Católica, sobre todo gracias al celo de la monarquía española. Al mismo
tiempo que Lutero estaba rompiendo el poderío del Vaticano en Europa, España se
convertía en el gran bastión del catolicismo y estaba dispuesta a hacer lo
mismo de las nuevas tierras que conquistaba a sangre y fuego. Cuando en el
siglo XIX nos sacudimos el yugo de España, todavía no nos quitamos el de Roma.
Sin embargo, desde finales del
siglo XX, las religiones protestantes han ido creciendo en número de adeptos,
como The Economist ha reportado: desde la
década de los 70 han pasado de ser aproximadamente el 8% de la población a ser alrededor
del 20%, y en países de Centroamérica han llegado al 40%. Esto ha resultado en
una fragmentación del monopolio católico sobre la fe de los latinoamericanos.
América Latina está
experimentando actualmente el mismo proceso regresivo que el resto del mundo, un giro
hacia la derecha populista y autoritaria, producto de una desconfianza
hacia las instituciones políticas tradicionales (sobre todo los partidos). Esto
es en gran parte una reacción a la crisis económica y la profundización de la
desigualdad en las últimas décadas. Pero también, en el caso particular de AL,
a los experimentos fallidos de la izquierda, que han terminado en escándalos de
corrupción o de plano desastres absolutos como en Venezuela. Las democracias
latinoamericanas son especialmente frágiles, principalmente porque para empezar
nunca han sido plenas.
¿Qué tiene que ver el avance de
las iglesias evangélicas con todo esto? No
se les debe confundir con la derecha fascistoide y los neonazis, pero parte
central del discurso que los evangélicos han impulsado, basado en la
intolerancia contra ciertos grupos, es compartido por aquéllos.
El mismo proceso que hemos visto en
Estados Unidos se repite en América Latina, con las élites de las iglesias
evangélicas formando alianzas con las clases poderosas. En un ambiente de
desencanto con la realidad política y la fragmentación social producto de
décadas de individualismo salvaje, la fe religiosa puede actuar tanto como
respuesta a quienes están en busca de una identidad como para quienes requieren
de una estructura ideológica bien definida que se traduzca en acción política.
Algunos credos, reporta El
Confidencial recogen el temor económico de los feligreses para
transformarlos en promesas de prosperidad:
“En
el giro conservador en América Latina, el neopentecostalismo es un factor
importante, porque sus iglesias son corrientes de masa que recogen el
sufrimiento de la población que no tiene salidas económicas. ‘Coge este coche,
esta moto, este camión y colócalo en el altar. Sacrifícalo y, en breve, tendrás
dinero para comprarte un Lamborghini. Si no quieres un Lamborghini, tendrás dinero para comprar lo que quieras’.
En el pomposo Templo de Salomão de São Paulo, Rogério Formigoni, pastor
evangélico de la Iglesia Universal del Reino de Deus, pide a sus fieles que
donen su vehículo y vuelvan a casa a pie.”
De nuevo The
Economist nos dice que:
“Los protestantes evangélicos son
una fuerza emergente en muchos países, a la vez que ‘guerras culturales’ abren
nuevos campos de batalla políticos. Esto aplica a Brasil, Guatemala y Perú, y es
mal presagio para los derechos de las mujeres y los gays. La fragmentación
política está creciendo, especialmente en Brasil y Colombia. Los viejos
partidos se han convertido en cascarones vacíos, pero en muchos países aun no
han sido reemplazados.”
Como ya habíamos visto en el caso de Estados Unidos, en
tiempos pretéritos las iglesias evangélicas se mantenían al margen de la
política mientras los partidos conservadores buscaban alianzas con el
catolicismo. Pero hubo un punto en que los evangélicos decidieron romper ese
aislamiento y entrar de lleno a la política, ya fuera aliado con los partidos
derechistas existentes, o creando sus propias plataformas. Javier Corrales en
el New
York Times nos lo explica:
“Las
iglesias evangélicas protestantes, que por estos días se encuentran en casi
cualquier vecindario en América Latina, están transformando la política como
ninguna otra fuerza. Le están dando a las causas conservadoras —en especial a
los partidos políticos— un nuevo impulso y nuevos votantes.
El
ascenso de los grupos evangélicos es políticamente inquietante porque están
alimentando una nueva forma de populismo. A los partidos conservadores les
están dando votantes que no pertenecen a la élite, lo cual es bueno para la
democracia, pero estos electores suelen ser intransigentes en asuntos
relacionados con la sexualidad, lo que genera polarización cultural. La
inclusión intolerante, que constituye la fórmula populista clásica en América
Latina, está siendo reinventada por los pastores protestantes.”
La fórmula del éxito es la ya
probada en Gringolandia: las iglesias evangélicas traen los votos de sus
feligreses; los políticos les ofrecen impulsar políticas que vayan de acuerdo
con sus valores conservadores. Los políticos y los pastores obtienen puestos,
poder, influencia y dinero. Los feligreses no obtienen nada, excepto que les
aseguran que nuevas corrientes de pensamiento, los fantasmas del “marxismo
cultural” y la “ideología de género” no van a destruir sus vidas porque hombres
fuertes van a protegerlos. ¿De qué otra manera conseguirían que personas de
clases muy jodidas votasen por partidos y candidatos que ofrecen políticas
económicas que terminarán perjudicándolos a ellos? El opio del pueblo, señoras
y señores.
Algo importante hay que recordar: las élites latinoamericanas
fueron siempre cercanas a la Iglesia Católica. Las iglesias protestantes
iniciaron como underdogs, movimientos
minoritarios cuya feligresía se compuso principalmente por gente de clase
trabajadora. Es precisamente ese sector de la población, que había sido
olvidado y ninguneado por las élites, el que constituye la fuerza política del
movimiento evangélico. Del mismo artículo del New York Times:
“Los grupos evangélicos están
resolviendo la desventaja política más importante que los partidos de derecha
tienen en América Latina: su falta de arrastre entre los votantes que no
pertenecen a las élites. Tal como señaló el politólogo Ed Gibson, los partidos
de derecha obtenían su electorado principal entre las clases sociales altas.
Esto los hacía débiles electoralmente.
Los evangélicos están cambiando ese
escenario. Están consiguiendo votantes entre gente de todas las clases
sociales, pero principalmente entre los menos favorecidos. Están logrando
convertir a los partidos de derecha en partidos del pueblo.”
Tanto el catolicismo como el
evangelismo son denominaciones que incluyen a un número amplio de personas, con
muy distintas posturas en el espectro ideológico, por lo cual no se puede
generalizar sin caer en injusticias. Aquí estamos hablando de aquellos sectores
más férreamente conservadores y en especial de sus dirigencias y jerarcas, los
que están dispuestos a envenenar las germinales democracias latinoamericanas y
a ir contra los valores de la modernidad y los derechos humanos básicos.
Si el catolicismo y el
evangelismo habían sido rivales, pueden concertar alianzas cuando se trata de
temas que les competen, en especial la paranoia sobre el feminismo y la lucha
por los derechos de la comunidad LGBTQ, a los que meten en esa etiqueta
quimérica llamada por ellos “ideología de género” (básicamente, cualquier
postura progresista respecto a la sexualidad y el género).
En México podemos ver esta alianza en la conformación del Frente
Nacional por la Familia, un movimiento político que se opone al matrimonio
entre personas del mismo sexo y a la adopción por parte de parejas homosexuales,
así como al aborto y a la educación sexual.
Como nos explica Antonio
Salgado Borge:
“En los hechos, el FNF,
organización integrada por muchos católicos, se ha distanciado cada vez más de
la mayoría de católicos mexicanos que rechazan la discriminación o están a
favor de una educación seria que incluya todos los temas que permitan el desarrollo
intelectual de un ser humano. Para ser claros, son cada vez menos quienes
suscriben este tipo de ideas y están dispuestos a marchar por ellas.
En esta ocasión, el contingente del
FNF, todavía más reducido que en ocasiones anteriores, estuvo reforzado por
personas afines a redes de iglesias en Latinoamérica que The Economist ha identificado como un peligro para los derechos y
para la democracia en el continente.”
Por ello resulta preocupante para
cualquier progresista mexicano la alianza entre Morena de Andrés
Manuel López Obrador, que se supone de izquierda, con el partido más
derechista del país, el Partido Encuentro Social, cuyas propuestas son contrarias
al estado laico:
“i) El derecho humano a ser
definido por su naturaleza y no por la cultura; ii) el reconocimiento del
matrimonio como una institución fundamental de carácter social definida
original, etimológica y naturalmente como la unión entre un hombre y una mujer
para salvaguardar la perpetuidad de la especie humana; iii) el derecho de los
padres a decidir sobre la educación de sus hijos conforme a sus convicciones
éticas, de conciencia y de religión; iv) prohibir, con base en la laicidad del
Estado, que la educación obligatoria desvirtúe la idea de matrimonio propuesta,
y v) la obligación de proteger la vida desde la fecundación hasta el término de
su ciclo natural.”
Si la alianza entre el derechista
PAN con el izquierdista PRD se antojaba un descaro que ponía en evidencia la
falta de congruencia ideológica entre ambos (los cascarones vacíos antes
mencionados), la que se da entre el PES y Morena parece una aberración. Esto
es, hasta que uno toma en cuenta que Amlo mismo es cristiano protestante.
El fenómeno de grupos evangélicos
que apoyan el ascenso de la derecha populista se extiende por toda América
Latina. En Brasil, por ejemplo, la bancada
evangélica, compuesta por más de 90 miembros, tuvo un papel importante en la
destitución de Dilma Rousseff. Recientemente, en Rio de Janeiro, fue electo un
político evangélico y otros quieren seguir sus pasos. Éste es un país en el que
los crímenes de odio contra los homosexuales han venido en aumento.
Sin embargo, el “Trump brasileiro”
no es evangélico, sino católico, pero sus posturas son muy similares a las de
los ultraderechistas protestantes. Se trata de Jair Bolsonaro, quien dedicó su
voto a favor del impeachment a la
memoria de un general de la dictadura, un infame torturador. El currículo de
Bolsonaro es resumido en
este artículo de El Universal: ex
militar, defensor de la tortura y la pena de muerte, abiertamente racista,
misógino y homofóbico. Claro, es un enemigo del estado laico que piensa que la
política debe estar guiada por Dios. Se perfila como candidato para las
elecciones de 2019 y es el segundo más popular.
En Colombia, con lemas como “Jesucristo es el único que puede traer la
paz que tanto anhelamos”, los evangélicos (y también muchos católicos) hicieron
campaña en contra del acuerdo de paz con las FARC, difundiendo absurdas noticias
falsas acerca de cómo el acuerdo implicaba también permitir que los menores de
edad se cambiaran de género sin permiso de sus padres (bulo que el FNF difundió
también en México).
Colombia es uno de los países en los que más
han crecido las iglesias evangélicas, a costa del catolicismo, cuya
participación directa en la arena política había sido más discreta. Los pastores
evangélicos no temen alzar la voz en materia de política, y en el caso de
Colombia no faltaron los que abiertamente se
pronunciaron en contra de Hillary Clinton (y, por ende, a favor de Trump). Aunque
la elección estadounidense se trataba de un asunto ajeno a la política
colombiana, tales expresiones dan cuenta de las simpatías de estos grupos
religiosos.
En Costa Rica Fabricio
Alvarado, un pastor evangélico, fue candidato a la presidencia del país; estuvo muy cerca de ganar las elecciones presidenciales en abril de 2018, tras pasar a segunda vuelta (al final fue derrotado). Alvarado,
abanderado del partido Restauración Nacional, recibió un enorme impulso cuando
la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos emitió un dictamen en favor
del matrimonio igualitario en el país centroamericano.
Alvarado construyó su campaña
en torno a la “defensa de la familia”; prometió revindicar los valores
tradicionales de Costa Rica frente a las injerencias modernizadoras el
organismo internacional, que impone con la “ideología de género” ideas “contrarias
a la naturaleza humana”. Alvarado llegó hasta el punto de amenazar con retirar
a Costa Rica de la CIDH. Su influencia entre el electorado de clase baja y
poco acceso a la educación ha sido enorme.
En Perú el movimiento “Con mis hijos no te metas” llevó a la dimisión
de una ministra de educación y a la reforma en la educación sexual que estaba
tratando de implementar. Algo similar sucedió en Colombia.
Básicamente, la forma en la que
estos grupos ultraconservadores obtienen votos para los partidos de derecha es
agitando frente a sus feligreses el fantasma de la “ideología de género”; los
aterrorizan con historias exageradas o falsas sobre el infierno que
sobrevendría si se deja que el feminismo o la lucha pro LGBTQ gana terreno. El
fenómeno ha sido recogido también por The
Economist:
“Detrás
de estos eventos yace una larga campaña por los conservadores en la Iglesia
Católica contra el feminismo, desencadenada por la Convención de la ONU contra
la Discriminación, de 1979. Esta campaña se ha extendido y ganado energía por
la oposición al matrimonio gay y otros derechos, una causa que apela tanto a
protestantes evangélicos como a católicos. ‘Esta gente trata de establecer un
pánico moral y la idea de que la familia se está disolviendo, lo cual no tiene bases
factuales’, dice Maxine Molyneux, socióloga de América Latina en el University
College de Londres.”
Esa misma conspiranoia alimenta las
fantasías de la derecha filonazi, que por el momento es marginal en América
Latina (a diferencia de Europa y Estados Unidos, donde viene creciendo recio).
De nuevo, no podemos llamar nazis a los evangélicos y católicos
ultraconservadores, pero al legitimar el discurso de odio contra las personas
LGTBQ y fomentar los temores paranoides sobre un apocalipsis social provocado
por la “ideología de género”, tienen cierta responsabilidad al envalentonar a
los sectores más radicales, que parten de esos mismos choros.
No olvidemos que
en la Marcha por la Familia, organizada por el FNF, los
neonazis mexicanos hicieron su aparición. Ya comparten algunas las mismas causas y, ultimadamente, lo más probable es que, como sucedió en Estados Unidos con Trump, neonazis y fundamentalistas religiosos en América Latina terminen dando su respaldo a los mismos políticos.
Los no creyentes como yo tenemos
motivos obvios para estar alarmados. Pero los creyentes moderados también deberían
estarlo. En América Latina se presenta de nuevo el dilema del que el conservador Eric Sapp
habló en The Christian Post: la
búsqueda del poder por parte de los cristianos, católicos o evangélicos, es un
pacto con el diablo.
Sí, obtendrán el respaldo
político para reprimir a los homosexuales y a las feministas, pero ¿a cambio de
qué? De otorgar el poder a políticos corruptos, autoritarios que erosionen la
democracia, envalentonen a los grupos de odio más radicales y reviertan el avance a los derechos humanos. ¿Es de verdad tan
importante la lucha contra la “ideología de género” que vale la pena dejar de
lado la búsqueda de la paz, el alivio del sufrimiento terrenal, el combate a la
pobreza, o el acceso a los servicios básicos?
Fui educado como católico y fui
creyente hasta mis veintitantos. Aunque ahora ya no tengo creencias religiosas,
conozco bien los Evangelios y otras partes de la Biblia (mejor que muchos
creyentes, por lo que he visto). Recuerdo que en mi adolescencia leí con
emoción las palabras de Jesús sobre amor universal, compasión por los débiles,
reparto de los bienes entre los necesitados, perdón a los pecadores y aquello
de “benditos los que tienen sed de justicia, porque será satisfecha”. No me
parece que el mensaje de Cristo tenga algo que ver con tomar el poder por
cualquier medio posible para convertirse en represores de los demás. ¿De verdad
es ésa la lucha que quieren hacer en nombre de su fe?
![]() |
"“Otra vez le llevó el Diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adoraras.” Mateo, 4: 8-9 |
FIN
1 comentario:
A mi también me preocupan estas coaliciones contra-natura. En México hay que entender el contexto. Del lado de la coalición PRD-PAN, la dirigencia del cascarón PRD no tenia nada que perder, es un partido ya de prescencia testimonial, con la salida de sus fundadores y peronajes históricos, infiltrado por el gobierno desde que el antiguo TRIFE le quitó la dirigencia a Alejandro Encinas entregandoselas a los chuchos. Es bastante deprimente ver que el aniversario de ese partido estuvo presidido por el impopular ex jefe de gobierno y el cadidato de la derecha panista, ningno de ellos militante. El lado de Morena con el PES tiene que ver con el pragmatismo. En el desigual sistema electoral mexicano, para ganar y ser reconocido, se necesita estructura electoral, gente que vote, cuide casillas etc. La pura nobleza ideológica no alcanza, como lo vimos en 2006. Morena compró el membrete del PES mucho mas caro de los 2 o 3 puntos porcentuales que vale, ṕara tener esa parte de votantes y estructura. Esa busqueda de estructura hace que haga alianzas con todo tipo de personajes. Ante la probable victoria del peje, habría que ver si hay retorno y se pueden sacudir a esa derechona. Haciendo un ejercicio de pensamiento deseoso, sabemos que el peje invoca mucho a Lázaro Cárdenas, quién llegó al poder por designio de Calles y sin estructura propia y que después pudo tejer sus propias alianzas para deshacerse de Calles y los callistas, veremos si a la larga AMLO se puede deshacer de la mocheria del PES aunque nos quedemos con su etraña mocheria moderada barnizada de juarismo.
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