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PROFESOR MAIK CIVEIRA & LA ALIANZA FRIKI ANTIFASCISTA

martes, 19 de enero de 2016

¿Por qué estudiar la cultura pop?



Nota del 2022: Hice un poco de la vieja confiable "corregir y aumentar" para que este texto pudiera resultar más útil como una introducción al tema. La esencia del texto sigue siendo la misma que cuando lo publiqué originalmente en 2016.


I. ¿Qué es la cultura pop?


Trasladémonos al siglo XIX y pensemos en la música. Por un lado, estaba la música de cámara, conciertos sinfónicos y óperas, obras de artistas de renombre, que se presentaban en los teatros de las grandes capitales para un público que constituía una élite. Ésa es la llamada con el elitista nombre de alta cultura.


Por otro lado, estaba la música que tocaban pequeñas bandas en los bares y fiestas populares, o que silbaban los trabajadores durante la jornada, o que las madres cantaban a sus bebés a la hora de dormir. Eran canciones y melodías que se transmitían de generación en generación, la mayoría de las veces sin que hubiera un autor conocido. Era la música preservada por el mismo pueblo que la había creado. Ésa es la cultura popular, la del pueblo.


Pero luego algo pasó. Llegaron la radio y los tocadiscos. Por primera vez en la historia de la humanidad, la música podía ser grabada y reproducida para un público amplio. Piensen en esto: durante milenios la única forma de escuchar música había sido en vivo. Las nuevas tecnologías abrían posibilidades inéditas en la historia, por ejemplo, que un músico pudiera ser escuchado por personas que jamás habrían podido presenciar un concierto. Eso implicaba también que un artista podía llegar a ser conocido en todas partes, ganándose admiradores en rincones insospechados del globo. Eso es cultura pop.


Sí, sé que pop viene de popular. Pero para propósitos de este ensayo (y de este blog), síganme ustedes la corriente con los términos. En inglés hay otros términos para la cultura popular, folk culture, pero en español folklore es otra cosa, y una traducción literal, cultura vulgar, suena feo. Podemos usar otros sinónimos para la cultura pop: cultura de masas, cultura mediática o cultura mainstream, si gustan, pero me quedo con pop, porque es el uso más mainstream, mediático, masivo y pop.



En fin, a diferencia de la cultura popular, la cultura pop no es producida por el pueblo mismo, sino que se produce de manera industrial por empresas comerciales que utilizan los nuevos medios de comunicación masiva para hacerla llegar a sus consumidores: radio, cine, televisión, prensa, Internet… Pero, a diferencia de la “alta cultura”, el pop no está dirigido a una élite educada, sino al mayor público posible.


La imprenta fue probablemente el primer medio de comunicación masiva, y bien podríamos decir que la cultura pop nació con la literatura de masas producida para un gran público en sociedades cada vez más alfabetizadas: las novelas de folletín, los Penny Dreadfuls o las Dime Novels. Las obras que se sustentaban en un soporte audiovisual tuvieron que esperar a que se desarrollaran nuevas tecnologías, a partir de finales del siglo XIX y a lo largo de toda la centuria siguiente.


Con el paso de los años, la relevancia de esa cultura pop empezó a manifestarse. Sus estrellas se convirtieron en ídolos mundiales. Sus personajes, aunque ficticios, se volvieron referencias que rivalizaban con las de la mitología y la literatura clásica. Sus admiradores encontraron en ella sus señas de identidad. Los académicos la denostaron como mero producto de consumo de masas, no diferente a cualquier baratija fabricada en serie, y que por lo tanto no merece más atención de la intelectualidad erudita que para denunciar los bajos niveles a los que se rebaja la sociedad, y quejarse de que no estén todos disfrutando de la "alta cultura" en vez de esas atrocidades (recordemos los despotriques de Theodor Adorno contra el jazz). Nada de ello impidió que se consolidara como una industria millonaria que impactaba en las vidas y sueños de millones de personas alrededor del mundo.


Hagamos un salto hacia la década de 2010, en que sucedió algo muy curioso. Algunas de las series de TV más aclamadas de estos años se caracterizaron por su complejidad moral en tonos grises, ya sea al retratar la vida al interior de una cárcel de mujeres, explorar el miasma de corrupción en las altas esferas del poder estadounidense o narrar la historia de un buen hombre orillado al crimen por un sistema económico inhumano. Sin embargo, esto no se dio solamente en narraciones de corte realista: los géneros especulativos (ciencia ficción, fantasía, horror) han reclamado su lugar como textos importantes para comprender (incluso transformar) la realidad contemporánea.



La máscara de V for Vendetta, que tiene su origen en un cómic anarquista de culto, y fue popularizada por una película producida por un par de hermanas trans, se convirtió en símbolo de protesta en los movimientos Okupa alrededor del mundo. La cuarta entrega de Mad Max, una vieja serie fílmica de ciencia ficción postapocalíptica, fue aclamada como un gran manifiesto feminista. La vestimenta de las doncellas de The Handmaid’s Tale, una serie de ciencia ficción sobre un gobierno teocrático y misógino, se ha convertido en un emblema de la protesta contra la cultura patriarcal. Distopías como The Man in the High Castle, sobre un régimen fascista impuesto en los Estados Unidos, es elogiada por su relevancia en el clima político. La película de superhéroes Black Panther sirvió como símbolo de una campaña activista para promover la participación política entre los afroamericanos. Al mismo tiempo, se alaba a Game of Thrones como metáfora del cambio climático y de la inacción de los líderes mundiales, enfrascados en sus pleitos mezquinos.


Algunas de las series animadas infantiles más exitosas de la televisión por cable (Steven Universe, Adventure Time, The Legend of Korra) incluyen relaciones homorrománticas, cuestionamientos a la autoridad y críticas al orden social. Lisa, la brillante y audaz hija mediana de Los Simpson, ha sido reivindicada como ícono feminista. The Hunger Games, una de las sagas de libros y películas más populares de esta generación, trata de una joven de origen proletario que encabeza una revolución contra una oligarquía que manipula a su población a través del espectáculo. El saludo de Katniss, la protagonista, apareció en las protestas de Tailandia contra la junta militar gobernante en 2014.


La cultura pop, la de masas, la mediática, ha sido siempre considerada por su misma naturaleza un frívolo vehículo de los valores del orden establecido ("pan y circo"). Ni siquiera lo hacía a propósito, por oscuros fines de adoctrinamiento, sino que sencillamente para tener éxito con las mayorías había que reducir todo al mínimo común denominador y no generar controversia. Ahora vemos en la cultura pop más pop pequeñas manifestaciones, si no de rebeldía, sí de crítica, y definitivamente del lado izquierdo del espectro progresista-conservador. Tan es así que la cosa ahora es al revés: los círculos de derecha sostienen teorías conspiratorias según las cuales los medios de comunicación pretenden adoctrinar a las masas con mensajes que difunden el “marxismo cultural”.



¿Qué está pasando? Bien puede ser que la cultura mainstream esté absorbiendo y neutralizando esas chispas de crítica y rebeldía. Después de todo, como dicen por ahí, “rebelarse vende” y hasta la contracultura se puede convertir en un negocio redituable. O bien, puede ser que esas semillas de insurrección hayan logrado sembrarse por aquí y por allá en los productos de la cultura pop, gracias a una generación que creció con ella y no está dispuesta a soltarla, pero que también ha desarrollado una actitud crítica ante su entorno. Quizá es un poco de ambas cosas. Después de todo, los Millennials, esta generación tan nostálgica que no quiere dejar de ver entregas de Marvel y de Star Wars, es la misma que armó un Ocupy Wall Street, un 15M y un Yo Soy 132.


En esa gran enciclopedia colectiva online que es TV Tropes existe una entrada dedicada a un fenómeno conocido como “The man is sticking it to the man”, que se podría traducir como “El sistema se está chingando al sistema”. Se refiere a que a menudo el establishment convierte la rebeldía y sus símbolos en productos de consumo capitalista. Pero también advierte que las mentes creativas detrás de las obras que se venden como cultura pop no son parte del establishment, sino trabajadores asalariados como cualquier otro y, muchas veces, personas muy críticas con el sistema. Así bien puede ser que estos creadores logren introducir sus mensajes de rebeldía en esos productos, que los amos corporativos dejan pasar porque, resulta, son muy taquilleros.


Esto me lleva a preguntarme, ¿qué pasará con las generaciones que han crecido con Los juegos del hambre? ¿Los televidentes (o más bien, netflixvidentes) de hoy desarrollarán una visión más sofisticada de la política o de la ética gracias a House of Cards o Breaking Bad? ¿O estos productos simplemente son consumidos como formas entretenidas e interesantes de pasar el rato? Una pregunta que engloba todas las anteriores sería, ¿la cultura pop es un simple reflejo de tendencias existentes en la sociedad que la produce y que la consume o puede de hecho incidir en la forma en la que esa sociedad concibe el mundo?


II. ¿Por qué estudiar la cultura pop?


Alguna vez alguien me preguntó que para qué servía saber sobre cultura pop, y respondí que la verdad no tenía idea, pero que es muy satisfactorio. Desde entonces he estado pensando, ¿por qué vale la pena estudiar la cultura pop? No me refiero a conocer los nombres de todos los personajes incidentales de Star Wars o a saber de memoria todos los hechizos de Harry Potter, sino a estudiar el pop como manifestación cultural de la misma manera en que la crítica literaria o de cine hace lo suyo. ¿Tiene algún propósito avocarse seriamente a la comprensión de algo que se considera por su misma naturaleza frívolo e intrascendente?


Bien, se me ocurren algunas respuestas, pero básicamente podemos partir de una: conocer el pop nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. La cultura mediática está diseñada para gustarle al mayor número de personas. De cierta forma, el pop es más representativo de su época y de las sociedades que lo producen y lo consumen que otras expresiones más elitistas. Estudiando las manifestaciones del pop podemos observar los cambios que se dan en nuestras culturas, podemos atisbar tendencias que surgen, triunfan y decaen, podemos ver las transformaciones en nuestras costumbres y valores. De entrada, sólo por eso valdría la pena estudiarla.


Pero la cosa va más allá: estudiar algo significa intentar comprenderlo más allá de la apreciación superficial y pasiva. Es importante aproximarnos con una perspectiva crítica a lo que consumimos, y en ese sentido quienes tienen más experiencia con ello pueden ayudar a los demás a desarrollar esa facultad para "ver más allá de lo evidente". De ahí la importancia de la crítica pública de la cultura pop. Mediante ésta se puede ir formando un público más crítico, que analice lo que consume de forma más consciente.


Una buena crítica de la cultura pop no la tira toda de una vez a la basura, como se hacía antaño, o como aún hacen los pretenciosos. Por el contrario, habría que seguir el ejemplo de Umberto Eco, pionero del estudio serio del pop, gran lector de historietas y novelas de James Bond (y uno de mis héroes personales), y atreverse a conocerla para descubrir sus lenguajes, sus códigos, sus estructuras, sus sistemas de valores, sus potencialidades y todas esas implicaciones que pasan desapercibidas hasta para los mismos creadores. La crítica de la cultura pop no puede ser ajena a ella, no puede reducirse al erudito que baja de su torre de marfil para tomarla con pinzas y decir "¡oh, qué cosa tan espantosa!", pues lo más probable es que sólo derrame prejuicios que de nada servirán para comprenderla. El crítico de la cultura pop tiene que haber crecido en ella, pero al mismo tiempo tener las herramientas intelectuales para disecarla fríamente.

Un público crítico será capaz de incidir en la dirección que toman los productos culturales de su consumo, y no solamente ejerciendo su derecho a la fruición, sino, en esta era digital, a través de la expresión con toda altisonancia de sus opiniones, sus argumentos, sus dilemas, deseos y repulsiones. En esta época de multidireccionalidad y retroalimentación inmediata, el público está empoderado ante la cultura pop como no lo había estado desde que los creadores dejaron de tener una relación directa con su audiencia y se convirtieron en lejanos artífices de productos para el consumo masivo a través de canales unidireccionales. Así, el público puede contribuir a hacer que los productos de la cultura pop sean mejores, más inteligentes o que reflejen valores positivos (o puede suceder lo contrario).


Finalmente, para bien o para mal, la cultura pop es la única que tiene el potencial para convertirse en una verdaderamente universal. Cuando, desde Tokyo hasta Johannesburgo, medio mundo (o por lo menos las masas con acceso a los medios) conoce a Batman, ha jugado Super Mario Bros. o ha bailado con la música K-Pop, se construyen puntos de encuentro potenciales entre personas de muy diversas latitudes y bagajes culturales. La cultura pop tiene el potencial de hacernos más cosmopolitas, de hacernos ver que tenemos mucho en común con los demás seres humanos con quienes compartimos este planeta. El arte siempre ha tenido ese potencial, pero en el pop es aún mayor por su capacidad de infiltrar en donde sea y su relativa accesibilidad.


Éste no es un canto de amor y alabanza hacia la cultura pop. Como muchos, yo creo que puede ser (y por lo general es) frívola, estúpida y a veces dañina. También hay que reconocer el hecho potencialmente peligroso de que es manufacturada por un puñado cada vez más reducido de megacorporaciones monopólicas, y desde unos epicentros muy específicos: la anglósfera -en particular Estados Unidos- y Europa occidental (en las últimas décadas, Japón y Corea). Esto amenaza con empobrecer o suplantar las culturas locales de los territorios a las que llega, de forma estrechamente vinculada con relaciones colonialistas.


Pero nada ganaremos con desdeñar al pop e ignorar su importancia en el mundo contemporáneo. Necesitamos conocer aquello sobre lo que pretendemos influir. Entonces, ¿cuál será el futuro de la cultura pop? ¿Se estancará en la idiotez y nos dará un mundo como el de Idiocracy? ¿Seguirá refinándose y produciendo generaciones de espectadores más críticos y exigentes como lo ha hecho esta llamada Edad Dorada de la Televisión? ¿Seguirá todo igual? Pues para poder saberlo, y quizá para poder incidir en el rumbo, es que hay que estudiarla a conciencia.



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